"El hombre, y la humanidad por extensión, suele guardar en el baúl de la cobardía el oro de ley de los valores eternos y pone en circulación el níquel de los antivalores del tiempo."
(fragmento de Diario del 68, de Miguel Torga)
Nada es del hombre en el hombre,
sólo la oportunidad de olvidar que
es ceniza,
sólo la disposición del bípedo,
que le eleva el latido
al horizonte,
sólo un vivir innato
e irreversible, que acepta la verdad
de subir la cuesta.
Nada es de ti en ti,
porque es hecho demostrado
que la huella del reloj
ha de guiar tus pasos.
Porque el frío de una ráfaga
se quedará en tu alma
un día,
y te sentirás indispuesto
para el viaje,
porque no estarás listo
para dormir en la piedra.
Nada es nuestro en nosotros,
salvo el barro ligero
que nos envuelve,
salvo el llamar pan
a lo más querido,
salvo la sensatez del momento
en que nos llamamos "yo",
salvo el asfixiar el instante
de la cobardía,
sabiéndonos pretensión de existencia
y exotismo de un milagro.
Nada es mío en mí,
pero saber que no
me resigno al no puedo
es como mirar muy fijo
al dios en miniatura
de tus pupilas.
Nada es mío en mí,
pero digamos con voz propia
que somos sujetos
de los predicados
que hemos escogido,
sin aprender la gramática infernal
del miedo.
Nada es mío en mí,
excepto aquello invisible
que hace dudar
al mismísimo tiempo:
que no debemos perder la vida
antes de nacer.
(De la serie El yugo invertebrado, de Raquel Torres)